Con su martirio se convirtieron en hermanos

Con su martirio se convirtieron en hermanos

«Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

«Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He librado bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe» (2Tm 4, 6-7).


Desde los tiempos más antiguos, la Iglesia de Roma celebra la solemnidad de los grandes apóstoles san Pedro y san Pablo como una única fiesta en el mismo día, el 29 de junio. Con su martirio se convirtieron en hermanos; juntos son los fundadores de la nueva Roma cristiana. Como tales los celebra el himno de las segundas Vísperas, que se remonta a san Paulino de Aquileya (+806): «O Roma felix. Dichosa tú, Roma, purpurada por la sangre preciosa de tan grandes Apóstoles, que aventajas a cuanto hay de bello en el mundo, no tanto por tu fama, cuanto por los méritos de los santos, que martirizaste con espada sanguinaria».

La sangre de los mártires no clama venganza, sino que reconcilia. No se presenta como acusación, sino como «luz áurea», según las palabras del himno de las primeras Vísperas: se presenta como fuerza del amor que supera el odio y la violencia, fundando así una nueva ciudad, una nueva comunidad. Por su martirio, san Pedro y san Pablo ahora forman parte de Roma: en virtud de su martirio también san Pedro se convirtió para siempre en ciudadano romano. Mediante el martirio, mediante su fe y su amor, los dos Apóstoles indican dónde está la verdadera esperanza, y son fundadores de un nuevo tipo de ciudad, que debe formarse continuamente en medio de la antigua ciudad humana, que sigue amenazada por las fuerzas contrarias del pecado y del egoísmo de los hombres.

En virtud de su martirio, san Pedro y san Pablo están unidos para siempre con una relación recíproca. Una imagen preferida de la iconografía cristiana es el abrazo de los dos Apóstoles en camino hacia el martirio. Podemos decir que su mismo martirio, en lo más profundo, es la realización de un abrazo fraterno. Mueren por el único Cristo y, en el testimonio por el que dan la vida, son uno.

Benedicto XVI
29 de junio de 2008

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