En mayo de 1938, mientras la Madre Pierina reza, se presenta sobre la tarima del altar, en un haz de luz, una bella Señora: tenía en sus manos un escapulario, formado por dos franelas blancas unidas por un cordón. Una franela llevaba la imagen del Divino Rostro de Jesús y escrito alrededor: Ilumina Domine Vultum Tuum super nos (Ilumina, Señor, Tu rostro sobre nosotros); la otra, una Hostia circundada por unos rayos y con la inscripción: Mane nobiscum Domine (Quédate con nosotros Señor). Lentamente se acerca y le dice:
«Escucha bien y refiere al Padre Confesor. Este escapulario es un arma de defensa, un escudo de fortaleza, una prueba de misericordia que Jesús quiere dar al mundo en estos tiempos de sensualidad y de odio contra Dios y la Iglesia. Los verdaderos apóstoles son pocos. Es necesario un remedio divino y este remedio es el Divino Rostro de Jesús. Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes al Ssmo. Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que recibe cada día en la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a superar todas las dificultades internas y externas. Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo».