La medalla milagrosa y la aparición de la Santísima Virgen a santa Catalina Labouré en Paris

La medalla milagrosa y la aparición de la Santísima Virgen a santa Catalina Labouré en Paris

El año 1830 es clave: tiene lugar en París la primera aparición moderna de la Virgen Santísima. Comienza ahí, lo que Pío XII llamó la «era de María». En ese año la Virgen María empieza una etapa de repetidas visitaciones celestiales. Entre otras: La Salette, Lourdes, Fátima... Y como en su visita a Santa Isabel, siempre viene para traernos gracia, para acercarnos a Jesús, el fruto bendito de su vientre. También para recordarnos el camino de salvación y advertirnos las consecuencias de optar por otros caminos.

Santa Catalina, joven religiosa de la orden de las Hijas de la Caridad, estaba haciendo su noviciado en el convento de Rue du Bac, 140, París. El domingo 18 de julio de 1930, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl (fundador de su orden), la maestra de novicias les había hablado sobre la devoción a los santos, y en particular a la Reina de todos ellos, María Santísima. Sus palabras, impregnadas de fe y de una ardiente piedad, avivaron en el corazón de Sor Labouré el deseo de ver y de contemplar el rostro de la Santísima Virgen.

Todo era silencio en la sala donde dormía Sor Catalina y cerca de las 11:30 p.m. oyó que por tres veces la llamaban por su nombre. Se despertó y apartando un poco las cortinas de su cama miró del lado que venía la voz y vio entonces un niño vestido de blanco, que parecía tener como cuatro o cinco años, y el cual le dijo: «Levántate pronto y ven a la capilla; la Santísima Virgen te espera».

Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina recibió de los labios de María Santísima, pero jamás podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas, le fue impuesto el más absoluto secreto. En esta aparición la Santísima Virgen le dio consejos y le reveló varias profecías que luego se cumplieron.

La medalla milagrosa

La tarde el 27 de noviembre de 1830, sábado víspera del primer domingo de Adviento, en la capilla, estaba Sor Catalina haciendo su meditación, cuando le pareció oír el roce de un traje de seda que le hace recordar la aparición anterior. Aparece la Virgen Santísima, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Virgen María en su mayor belleza. Sus pies posaban sobre un globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una crucecita. La Santísima Virgen mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones, circuncidándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla. Tenía tres anillos en cada dedo; el más grueso junto a la mano; uno de tamaño mediano en el medio, y no más pequeño, en la extremidad. De las piedras preciosas de los anillos salían los rayos, que se alargaban hacia abajo; llenaban toda la parte baja.

Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su corazón: «Este globo que ves —a los pies de la Virgen—, representa al mundo entero, especialmente Francia y a cada alma en particular». «Estos rayos simbolizan las gracias que yo derramo sobre los que las piden. Las perlas que no emiten rayos son las gracias de las almas que no piden» (María mediadora de las gracias).

El globo de oro (las riquezas de gracias) se desvaneció de entre las manos de la Virgen. Sus brazos se extendieron abiertos, mientras los rayos de luz seguían cayendo sobre el globo blanco de sus pies. En este momento se formó una forma ovalada rodeó a la Virgen y dentro de él apareció escrita la siguiente invocación: «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti». Estas palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha, pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura de la mano izquierda. Oyó de nuevo la voz en su interior: «Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza».

La aparición, entonces, dio media vuelta y quedó formado en el mismo lugar el reverso de la medalla. En ella aparecía una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta un tercio de su altura, y debajo los corazones de Jesús y de María, de los cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo traspasado por una espada. En torno había 12 estrellas.

La misma aparición se repitió, con las mismas circunstancias, hacia el fin de diciembre de 1830 y a principios de enero de 1831. La Virgen dijo a Catalina: «En adelante, ya no verás, hija mía; pero oirás mi voz en la oración». Un día que Sor Catalina estaba inquieta por no saber qué inscripción poner en el reverso de la medalla, durante la oración, la Virgen le dijo: «La M y los dos corazones son bastante elocuentes».

Fuente: corazones.org

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