Desde ahora todo está lleno de luz,
el cielo, la tierra e incluso el infierno.
El Espíritu Santo vivifica el cuerpo del Crucificado, que se convierte en el cuerpo eucarístico de la humanidad y del universo. Cristo no está separado de nada, de nadie. La victoria sobre la muerte es la victoria sobre la separación. Por eso a vida de Cristo se convierte en la nuestra, hasta el punto que el apóstol podía afirmar: «Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí».
Así, la Resurrección de Cristo nos afecta y nos aprovecha ahora. Es ahora cuando somos llamados a morir en él para resucitar en él. El apóstol Pablo nos pide que nos hagamos «semejantes a Cristo en la muerte», «compartiendo sus sufrimientos», para «conocerle a él y experimentar el poder de la resurrección» (Flp 3, 10), a fin de ofrecernos «a Dios como si fueseis muertos que habéis vuelto a la vida» (Rom 6, 13). La Resurrección está en nosotros, desde este momento. Nuestros sufrimientos, incluso nuestra agonía, si los abordamos con una confianza muy humilde y muy sencilla, se identificarán con los sufrimientos y la agonía de Cristo y desembocarán en una vida más fuerte que la muerte. Creíamos morir, pero resulta que la muerte ya no existe. Lloramos a nuestros difuntos, pero resulta que ellos no están muertos, sino que en Cristo todos están cerca de nosotros. La Resurrección nos permite acoger y amar de manera desinteresada: ya no tengo porqué convertir al otro en chivo expiatorio de mi angustia, porque la muerte ha sido vencida y la angustia que hay en mi interior se convierte en confianza. (…)
Todo debe encontrar su lugar en el Cuerpo glorioso del Resucitado. Estamos llamados a formar parte de este despliegue de la Resurrección a través de la historia para preparar el retorno de Cristo, o más bien de todas las cosas a Cristo. Un retorno que se debe anticipar ya en los «signos» que presenta una «cultura del ser y de los rostros», como decía Pierre Emmanuel.
Y cada persona puede hacerlo, aunque esté postrada en una cama de hospital: solo hace falta un poco de confianza, un poco de amor, un poco de alegría, y esta oración de humildad y de modestia que permite que las energías de la Resurrección broten en el mundo:
¡Cristo ha resucitado!
¡Verdaderamente ha resucitado!
Olivier Clément
La alegría de la resurrección